El agua
Francisco Barrios
Hay algo que pocos notan
en el agua que sueña su remanso
segundos antes de que ocurra
ese prodigio que es «romper el hervor».
La miran retorcerse en un espasmo
que es apenas un escalofrío suelto,
un rumor subiendo por su carne
como una minúscula burbuja
que intuye y anticipa
el ímpetu creciente de las llamas:
Su ambición incontenible
codicia la sanación de su catarsis,
hermana de la claridad y los apósitos,
ajenas al cuerpo delicado que sufre
con la misma vocación
que sus inquisidores
el suplicio del potro o la rueda
(ni qué decir de la terapia de conversión)
sin poder evadir su cautiverio,
fiel a su visión líquida
y al rapto místico de su naturaleza.
No lejos de ahí
otra tensión respira
en los recovecos del ocio o la charla.
Es la espera indolente
de lo que será más tarde el té, la sopa,
la bolsa de agua o el biberón;
mientras ella lucha denodadamente
porque nada altere su estado,
su más alto ideal
brotado poco a poco de la tierra
y que solo conocen
algunos riachuelos y los últimos manantiales.
Ese afán que casi siempre
esperará a que desviemos la mirada
para ceder finalmente a la derrota,
y empezar
lentamente a evaporarse
mientras una voz trémula y lejana anuncia: «Ya está».
Ilustración: Dalia