Carta para Lucía


Carlos Gómez


Aún no naces y la sangre se te lava con preguntas,

con penas también, pero a ellas ignóralas

como tu padre las deja en los cajones

con todos sus decretos de pena dominical

(¿dije también con alegrías?)

Contra la tumba combate a los relojes

a los traidores de las mentiras

y a los dogmáticos con verdades de mármol

A tus fracasos dales la risa del espejo

(tendrás muchos, no te preocupes).

Recuerda que tenemos un gato oscuro

y también una niña de ojos almendra:

velos al ver a tu madre,

imagínalos al ponerme en tu mente.

Dile que se acuerde de nuestras miradas abrazados

y de cuando decretamos tu milagro

en una banca con luna e iglesia por testigos

A tus demonios ládrales, a tus amigos quiérelos.

Ten perros por millar y siempre que veas

lo indefenso por la vida abrázalo

para que no se vaya nunca.

A tus héroes hazles una estatua en el aire

A tus hijos decretales el secreto

que habla del amor de praderas luminosas

(sí hija, tendrás millones)

A tu esposo dile lo que el corazón

y los callejones oscuros silencian,

lo que el asesino quiere de la sangre

o lo que el viento arrebata en días furtivos.

Muéstrales las venas y las lágrimas

que dicen más que cualquier hecho

por edificada catedral inamovible.


Es todo, no tengo más que darte

que una partida de ajedrez posiblemente ya perdida;

la vida tal vez sea eso

aunque esté equivocado

(acuérdate que estoy en medio del camino)

Con torpeza de sintiente

digo que fragilidad es fortaleza.

Tu madre lo sabe más que yo.

Ve a los árboles y a los atardeceres,

rézale a tulipanes, gardenias y a los claveles.

Y siempre mira el cielo y a los ojos,

ellos saben más que la poesía y que las heridas

de ser demasiado fieles a las palabras,

vagas palabras ilusorias,

que el viento mueve, esparce y desordena.








Ilustración: Omar Iván Padilla "Hidrogo"