La ausencia de su ausencia 

I

Hostil mundo.  

Crecí con ajenas espaldas  

que no hablaban  

y hoy miro de frente a una muerte,  

que acecha  

a mí padre en estertor.  

Sin vocación ni mandato  

se derrumba sobre las sombras  

de aquellas lágrimas tendidas  

por los días quemados,  

de instantes que no fueron.  

Fenecido en vida, hace décadas,  

en suicidado gesto de orfandad y derrota,  

naufragado queda.  

Pretérito se derrama.  

Y arriado,  

 solo espera el remanso  

del misterio en oquedad. 

 II

Fenece mi padre  

en la agonía del alma sin lumbre.  

Todas las ausencias  

se expanden en una misma presencia  

entre oquedades, recuerdos  

y ajadas caricias de aquellos,

lejanos instantes  felices.  

Su inocencia, hace tiempo, partió

remando  por los ríos de sus sueños abandonados. 

 El lamento fue un sol  

que lo embriagó crepuscular  

y fue sólo espalda hacia la vida,  

hendida y sin rumbo.  

Derrotado sin derroteros,  

respira su niño dentro,  

angustiado del Hombre que no supo ser.  

Progenitor sin mandato.  

Tan solo, breves sonrisas  

me quedan,  

desde aquella infancia  

que era umbral  

 de una espontánea eternidad. 

III

Sobre la tumba de mi padre  

lloro lo que no tuve.  

Me arrodillo en la tierra  

que lo abisma  

y me arrulla la finitud  

de una existencia sin caricias  

Sepultura efímera  

que viste los huesos  

y la carne jamás besada.  

En el solitario vientre,  

del subsuelo acontecido,  

se alejan en la oscuridad  

del nicho sin despedidas.  

Sobre la tumba  

 se derrama una infancia que

no abreva  

y me veo en la piedra que aúlla  

 y me inclino  

sobre los relojes que caducan  

 y, tendido,  

abrazo la oquedad  

de su sombra  

entre pretéritos recuerdos  

que naufragan  

como instantes desprendidos.  

 Y que yacen sin las edades 

en el espacio que no habitan  

ni transcurren,  

desvanecidos  

en el lento laberinto  

del olvido.