Un nido

Por Eliette Abril

Con la sabiduría de un cuerpo joven

y con la estupidez de una razón gastada;

con este humilde egoísmo incapaz de olvidarte y el orgullo más limpio

retumbando en mi pecho:

Amor

es el instante en que descubro que tus pies son raíces

y mis labios, de agua;

y mis manos son pétalos,

y tu piel es el sol.

Por debajo de tus cejas hallarás mi ciudad natal;

en tu rostro, el continente de mi estirpe

y una colisión de células sexuales en tus pupilas:

par de estrellas que tras explotar son una sola.

Insinuación.

Big Bang,

materia celeste que deviniera en fragmentos de voluntad,

ya sabes:

capital humano,

firma aquí, firma allá.

A-B-C

parto sin la epidural.

Sí sabes: amor y deseo

no son más que un cielo y un océano que se funden al final del horizonte.

Te amo, cabalgante, en las olas de tu lengua,

domando con las piernas la furia de tu boca,

toreas al mar, te embiste y se desborda y

va a dar hasta el revés de la cama.

Te amo, supliciada por tus pestañas de finas estocadas,

autoras de esta herida que llamo corazón.

Irreversible.

Te amo con el vacío de mis átomos, más viejos que tú y que yo;

más viejos, incluso, que la muerte y tu soledad.

Más viejos que la palabra "palabra", más viejos que dios, más viejos que el

mar.

Más viejos que el polvo, muchísimo más.

Estos mis átomos son tan viejos, que mezclan pasión con violencia y amor

con frenesí, pero te amo

y lo susurra cada uno desde mi propio vacío y les creo

sólo porque son viejos.

Amor,

soñé que hacíamos un nido.

Tú y yo abrazados en medio de la incertidumbre. Unión de vacuidades. Dos

realidades corporales entrelazadas

por los cabellos, las venas, los nervios, los huesos, las ansias, la esperanza y el

miedo.

Soñé que éramos un nido:

una trinchera en el aire para cubrirnos del tiempo

y engendrar un hombre al que no lo desgarre ser hombre.

Tú y yo unidos,

porque se aproxima una luz demencial a revelarme la destrucción

y es tu ausencia quien, por darle un nuevo ritmo a mis latidos, me recuerda

que existo.

Con la mirada húmeda pregunto al cielo dónde estás

y con un silencio a secas Dios me responde que te busque

en el

espejo.

Ilustración: Heri González Coctecón